La vida transcurre sosegadamente en la residencia. Nos son mostrados los ancianos comiendo, cuestionándose la vida, escribiendo (Shigeki escribe cartas a su esposa, y no permite que se las arrebaten de su mochila), comentando que les gusta ver la televisión... Las historias cíclicas de la cineasta japonesa casi siempre acentúan la idea de que la vejez constituye, en cierto modo, una vuelta a la infancia. Pero sobre todo, remarcan la fragilidad de todos los seres humanos, independientemente de la edad que tengan.
El amor maternal de Machiko parece no extinguirse. Shigeki, al principio, no se muestra nada amable con ella; tiene que perseguirlo a lo largo del bosque. Para, después, acabar tumbados en el terreno, compartiendo una sandía y riendo. Y cuando Machiko siente que la vida del anciano está en peligro al cruzar el arroyo, rompe a llorar desconsoladamente, como lo haría una niña. Los personajes de Kawase sienten, o sentirían, como insoportable el peligro de aumentar el número de pérdidas de sus seres más queridos.
Fueras de campo, silencios, elipsis... La principal arma de Kawase es no cargar nunca las tintas. De ahí su característica responsabilidad, y su respeto y amabilidad hacia sus propios personajes, y hacia el espectador. El marido de Machiko la hace responsable de la muerte del hijo, pero la directora tiene la delicadeza de no mostrar una escena de ese ente llamado “violencia de género”, y lo resuelve con él arrojándole a ella unas flores a la cara. Unos minutos después, asistimos a una conversación, más significativa de lo que parece, entre la joven y una amiga en un coche: “¿Acaso tú no sufres, Wakako?”. La amiga responde: “No hay reglas perfectas, ya sabes...”
Ese viaje a las profundidades del bosque será un acto de exorcismo para la joven y el anciano. Un ritual de sanación. Una odisea de purificación interior. Apuntaba la propia Kawase en una entrevista: “Shigeki no fue sólo a reunirse con su esposa. Vino a decir gracias y adiós por última vez. Quería agradecerle que cuidara de él todos estos años. Así Shigeki libera a su mujer. Esto también significa que Shigeki ha sido liberado”.
Un viaje íntimo en el que no tendría sentido que el teléfono móvil de la joven tuviese cobertura en las tripas del bosque; ni que pudiéramos llegar a ver ese helicóptero que, en cambio, sí oímos. Esta doble presencia fantasmal de elementos de la civilización no es la única en el metraje. Al igual que Kenji Mizoguchi, Naomi Kawase filma la aparición y desaparición de fantasmas como si tal cosa. Mako, esposa de Shigeki, en uno de los cénits expresivos de la cinta, aparece, y baila con su marido entre los árboles, sin la más mínima fanfarria. El vivo y la muerta se abrazan y danzan sin estridencias, de una forma muy natural. Casi elemental. De hecho, este relato lo es, y en el sentido literal de la palabra: el viento, el agua, el fuego y la tierra cobran constantemente peso como raíces de la naturaleza.
Así, el bosque es una metáfora de memorias y de tradición. Convertido en fuente de fuerza y vitalidad eternas. Como en Miyazaki. Y como en El bosque animado, de Wenceslao Fernández Florez. Los planos cenitales del bosque a plena luz del día, son de una belleza incontestable. También hay capturas de una araña en su tela, de una mariposa que revolotea en el reguero del arroyo... La vida y su potencia. Unas veces tranquila, otras veces no tanto.
Um comentário:
A princípio, estranhei o texto em espanhol sobre um filme que não está em cartaz no Brasil. Besteira, besteira minha.
Até já seduzido pelo enredo do filme, devo dizer que é muito interessante esse escopo internacional. Enfim, devemos estar em sintonia com o que acontece mundo afora, não apenas com o que há por aqui, Brasil. Então, que venham mais textos e que despertem ainda mais o interesse na grande viagem que é ler sobre, escrever sobre e assistir cinema.
A única dúvida que prossegue (ora, raios, nem precisam me responder: o Google já dirá) é sobre a data de lançamento do filme.
No mais, prossigamos. O blog, a meu ver, está indo bem demais.
Abraços a todos!
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