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25 de jul. de 2008

En DVD: "PROMESAS DEL ESTE"

Anna (Naomi Watts) es una partera del hospital Trafalgar, que sufre el perder a una jovencísima prostituta, al dar ésta luz a una niña. Entre las pertenencias de la joven, Anna encuentra un diario, que la llevará hasta el restaurante de Semyon (Armin Mueller-Stahl; que ofrece una lección interpretativa), un hombre que, bajo su afabilidad, esconde actividades relacionadas con la mafia rusa en Londres. También su inestable hijo Kirill (Vincent Cassel) lleva a cabo todo tipo de tropelías, siendo observado por Nikolai (Viggo Mortensen), el chófer de la familia, y la única persona que escucha desinteresadamente a Anna.

A partir de aquí, el canadiense David Cronenberg retrata, con un ritmo de verdadero maestro del cine, un universo amoral, en que esperanzas y promesas se trastocan en la gran urbe, llena de prostitutas y borrachos (y maricas, añadiría Semyon), de viviendas antiguas con empedrados húmedos por la persistente lluvia de Londres. Encontrar otro ser rasgado es el único modo de reaccionar ante tal apnea existencial, y Anna lo halla en las páginas del diario de la prostituta, cuyas desgarradoras palabras flotan en off sobre determinadas escenas (detalle muy dostoievskiano, por cierto). Además, Anna tuvo un aborto, y todavía no puede suturar esa herida, ese vacío que intenta llenar volviendo a vivir con sus padres. No está de más resaltar el detalle de que viaja a todos lados con una moto que, según ella, tiene valor sentimental, a lo que Nikolai, muy significativamente, contesta: “Valor sentimental... he oído hablar de eso”.

Parece que David Cronenberg, el cineasta materialista por excelencia (al fin y al cabo, su formación es científica), ha entrado en una etapa de búsqueda de "otro" lenguaje, más clásico, pero también más personal, hablando de las cosas que le están interesando ahora mismo. Entre ellas, sobresalen la corrupción moral, y su primera fuente: la institución familiar. Desde la xenofobia del padre de Anna (contradecida después por lo que comenta al respecto de la prostituta: “ella era gente común”), hasta la declaración de Nikolai justo antes de que le tatúen las estrellas: “No tengo madre ni padre”. De ahí, que recomiende a Anna que se quede con su familia, porque “sois buena gente. Aléjate de los que son como yo”.

Esta nueva etapa ha decepcionado a los que preferían al “viejo Cronenberg”. Estos comentaristas, que más parecen groupies con las bragas en la mano, no ven al antiguo Cronenberg en el sobrecogedor asesinato con que se abre esta película; ni en el primer plano del bebé recién nacido, en que se ve cómo le atan el cordón umbilical, enfocado de una manera casi hiperrealista; ni en la, desde ya antológica, escena de la pelea en la sauna; ni tampoco en los planos finales, supuestamente felices, de sus últimas cintas (el de ésta, en concreto, es terrible, y de una sobriedad que congela tanto el corazón que recuerda los principios de Kaurismäki).

Y es que el maestro no ha perdido fuelle. En absoluto. En una rueda de prensa, decía Cronenberg: “Quiero que el público vea la violencia de manera real, tal cual es. No es una postura estética, ni estadística. (...) La violencia es la destrucción de un cuerpo”. Pues bien, su pericia a la hora de manejar este material violento (no exento de fría belleza visual) consigue invertir los presupuestos melodramáticos, alargando lo indeseable y acortando, con tijera de podar, los momentos de mayor cercanía para el espectador (es de reconocer el velado homenaje hacia el cine y las series de mafias, máxime en los tópicos de indumentaria, lugares de asesinato, sangre fría y morbo inexistente en los ejecutores, etc.). Su habilidad es tal, que no acabo de entender las risas de varios espectadores durante los degollamientos y acuchillamientos varios. ¿Risas nerviosas? Seguramente. Estamos demasiado acostumbrados a ver la violencia sin que nos resulte contundente; sólo de forma estúpida y ridícula, con Tarantino y sus infinitos imitadores repartiendo lecciones gratuitas de gore por todo el mundo.


Si Una historia de violencia insinuaba que nuestra cotidianeidad se fundamenta sobre instintos irreprimibles, en Promesas del Este el director continúa poniéndonos las cosas difíciles. Llenando a sus personajes de contradicciones que deja en nuestras manos, pues el bien y el mal, el nativo y el extranjero, tienen rasgos muy parecidos y no podría asegurarse quién come de un lado o del otro, quién con sus familiares en una inocente hamburguesería y quién con la "familia" en un reservado de lujo. Quién salva a una chica del burdel, tras follarla casi a la fuerza para demostrar su “hombría”, y quién está “o con él, o conmigo”, porque “¿cómo puedo ser rey, si el rey sigue en su sitio?”.

29 de dez. de 2005

Consciência do Poder


um pouco sobre History of Violence - David Cronenberg ( 2005)


A consciência do poder que se tem não aparece quando se quer. O tal do Stall, o Tom Stall (Tom é nome demasiadamente másculo nos EUA). Ele é o personagem que em um melograma de um melodrama clássico americano precisaria – o viril que não mostra sua virilidade.

Ele demonstra sua força somente quando seu inconsciente o provoca. Ele era um marginal procurado, um inimigo público, um daqueles que é prejudicial à ordem norte americana. Isso cansa. Tom, que não é Tom, finge ser outra pessoa – se conscientiza de seu papel no mundo calmo e pacato de uma cidade do interior. Ele manda em seu pequeno mundo, em sua loja, em seus filhos.

O personagem principal era antes um personagem público. Ele matava por aluguel, ele feria a sociedade. Agora, conscientizado, ele é um personagem privado – cuida de sua casa, somente. Antes ele era algo que o espectador, nós, não temos noção porque o filme começou depois disso tudo. A gente sabe que ele é um herói. A gente o conhece como herói.

Herói americano, ele salva pessoas por força de seu destino. É mais forte que ele, esse “instinto” violento. Que bom, diriam alguns, que ele o usa pra salvar, agora. Pra nos salvar, diriam outros. O herói americano é o mais convincente hoje por sua agilidade, amabilidade, além de ser pai de família e cuidar de sua prole. Nos redime da marginalidade, nos coloca nos eixos do comportamento calmo – o melodrama se instala.

A psicologia clínica explica: há distúrbios de personalidade. Esses distúrbios são os que distinguem os bons dos maus em sociedade: o joio do trigo. Não falo ainda da anomia, mas de pessoas que são estereotipadas como prejudiciais num convívio social. O filho de Tom, que fuma maconha na rua com sua amiga, e é colocado como um marginal em potencial na escola, nesse caso, é visto como um pequeno anti-herói. Ele se sacrifica em seu destino que por acaso não o daria muitas chances – dá um soco no mais valente, no mais popular, no mais vencedor. No protótipo de seu pai, simplificando. Mas seu pai não era um vencedor. Só vamos saber disso depois, uma articulação irônica de Cronenberg, um jogo com a percepção estereotipante do espectador americano.

Mas Tom quer apagar seu passado. Ele quer ser limpo – e quer se limpar diante do espectador, afinal ele é um herói. E, ao final, sai brilhando. Há quem diga que existe ironia no fundo daquela família sem eixo. Entretanto, pressuponha que seu instinto violento, a força de Tom agora está sendo usada para o bem de sua família – e conseqüentemente da família americana. Por isso o filme propagandeia o lado mais conservador de tal sociedade. Por isso o cinema clássico americano, apesar de ter seus cineastas mais inventivos e contestadores (como David Cronenberg) ainda é parco, pobre e não consegue nos dar mais do que uma conscientização do bem e do mal em lados opostos e bem definidos. De maneira que o crucifixo de Tom nos chama atenção para sua crença. E de maneira que nos inclui nessa crença, e nos engana.

Como cinema, eles têm consciência de seu poder. Como espectadores, ainda temos que batalhar muito pra ter consciência disso.
 
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